viernes, 5 de abril de 2024

El niño que todos llevamos dentro



Hay más cine en los nueve minutos que dura “Zima Blue” (Robert Valley, 2019) que en miles de horas de metraje del 90% de las películas que copan hoy en día nuestras carteleras.
En esos nueve minutos que dura el corto de animación de la serie de “Love, Death & Robots” (David Fincher, Tim Miller, 2019), se condensan películas tan grandiosas como “Ciudadano Kane”, “Blade runner”, “Gohst in the Shell”, “The Square”, “La gran belleza” o “Toy story”.
En “Zima Blue” se habla de felicidad, se habla de filosofía, se habla del sentido de la vida; se habla de budismo, se habla de identidad, se habla del Arte, se habla de la creatividad; se habla de la inteligencia, del esnobismo, de la superficialidad, de la banalidad de la fama y el éxito, de lo que es ser un “ser humano”, de sus motivaciones, de su conocimiento, de la búsqueda de la VERDAD… En definitiva, en “Zima Blue” se habla de qué es la vida, de cuál es su sentido y de qué es estar vivo y viviendo... de ese viaje interior que te lleva hasta los confines del cosmos para  que seas capaz de descubrir que puedes tenerlo todo, pero si o te tienes a ti mismo, nunca llegarás a tener la felicidad.
Y por si fuera poco, “Zima Blue” habla de todo esto desde una estética maravillosa, con una narrativa cinematográfica perfecta, con una potencia visual apabullante, con imágenes y secuencias que transmiten más en diez segundos otras obras en dos horas y media.
Mención aparte es la secuencia final del corto. En esta, Zima, en lo que es además su última obra de arte, se sumerge en su piscina mientras se deconstruye a sí mismo para dejar salir su verdadero yo, el Zima original, ese niño que lleva dentro y que ha sido el motor que ha impulsado su magnífica creatividad, su arte, su búsqueda de la verdad; y así quitarse la máscara social y dejar de ser el Zima que todos conocen para alcanzar la máxima felicidad y paz posible: volver al origen; volver ser aquello que era y hacer aquello que hacía en su infancia virginal, volver al sencillo juego inicial; retornar a la vida de aquel mundo perfecto, a la seguridad y tranquilidad del útero materno.
Esta secuencia es de una potencia visual que rara vez he visto en el cine; en diez segundos se condensan filosofía, psicología, inteligencia artificial, humanismo… y a la vez, ese acto es una obra de arte para el consumo de las masas y para criticar ese consumo insubstancial, porque la gente que lo está contemplando no es consciente de la magnitud de la obra de arte que están presenciando, sino que solo se escandalizan y solo se preocupan porque van a perder a Zima, el artista de moda. Tan solo la periodista, la narradora de la historia, se da cuenta de la dimensión y el significado de la obra de Zima, y cuando lo entiende, abandona la escena.
Todo esto está comprimido en una única secuencia de apenas diez segundos. Hay nostalgia, hay celebración, hay arte, hay crítica al arte y su consumo, hay felicidad, hay sentido de la vida, hay filosofía, hay psicología, hay belleza, hay reflexión sobre los límites de la inteligencia y consciencia artificiales… es una metáfora de lo que es la vida, lo que es estar vivo y cuál es el sentido de todo ese proceso, utilizando para ello un robot autoconsciente y artista que se deconstruye a sí mismo para volver a ser el simple y feliz niño que habita en su interior. Sublime.

Además de esto en “Zima Blue” también se tocan los temas de la autoconsciencia de las máquinas, la inteligencia artificial, y como los robots pueden llegar a cuestionarse sobre el sentido de su existencia. Pero lo curioso, es que es tan potente el mensaje y la secuencia final, que toda la reflexión filosófica de una máquina siendo consciente de sí misma y creando arte, queda relegada a un segundo plano y casi sin trascendencia, es decir, lo que para “Blade runner” o “Gohst in the Shell” era el centro y la justificación de una película, en “Zima Blue”, un corto de 10 minutos, es algo secundario, porque el tema principal es mucho más trascendente que eso.


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