martes, 27 de marzo de 2018

American Psycho (Bret Easton Ellis 1991)



- En esencia, lo que digo es que la sociedad no puede permitirse el lujo de prescindir de mí
- Me quito la camisa Armani y pongo su mano en mi torso, deseando que note que está duro como una piedra y que tengo el estómago plano.
- Ella es mucho mayor que yo, puede que tenga treinta o treinta y cinco años.
- He escrito un poema, es como un Haiku, ¿sabes?: “el pobre negro de la pared. Mírale. Mira al pobre negro. Mira al pobre negro de la pared. Dale por el culo. Dale por el culo al negro de la pared. El negro es débil."
- Estoy empezando a pensar que la pornografía es mucho menos complicada que el sexo de verdad, y debido a esa falta de complicación, mucho más placentera.
- Mi desolación interior va desapareciendo gradualmente... y de que ella me besa en la boca paso a a una especie de otra realidad... y la aparto.
- No odio a las focas, lo que me molesta es que la gente se divierta con ellas.
- Solo quiero que me quieran
- Patrick trata de meter la marcha atrás, se baja del taxi, se apoya en él, (cambio a tercera persona)
- Yo estoy enamorado de otra persona...
- No espero que haya un mundo mejor para nadie. De hecho, quiero que mi dolor le sea infligido a otros. No quiero que nadie escape.
- Pero incluso después de haber admitido esto, y de encarar estas verdades, no hay catarsis.
- Por primera vez veo a Jean desinhibida, parece más fuerte, menos controlable, con deseos de llevarme a una tierra nueva y poco familiar –la aterradora inseguridad de un mundo completamente distinto-.
- Noto que quiere arreglar mi vida de un modo significativo. Es como si ella estuviera decidiendo quién soy yo.
- "Esto no es una salida"

jueves, 15 de marzo de 2018

Cuando todo deja de ir bien





Nada es gratuito en esta vida. Eso parece decirnos Lanthimos en su última película de difícil lectura y posibles varias interpretaciones, The Killing of a Sacred Deer (Yorgos Lanthimos, 2017).
Lanthimos hace gala otra vez de una total –y maravillosa- libertad creativa para tejer una historia con toques fantásticos en las que nos habla, entre otras cosas, de la injusticia, la pérdida de valores y la lucha de clases en nuestra sociedad actual.
Valiéndose de un mito griego, el del castigo infringido por Atenea a Agamenón porque este mata por pura soberbia a un ciervo en uno de los bosques sagrados de la diosa, el genial director griego nos presenta a Steven Murphy (Colin Farrell), un prestigioso cirujano cardiovascular que comete una negligencia por la que un hombre muere en la mesa de operaciones.
Para mitigar su sentimiento de culpa, Steven se ve a menudo veces con el hijo del fallecido, Martin (Barry Keoghan), al que invita a comer y hace regalos caros. Poco a poco, Martin se irá metiendo más y más en la vida privada de Steven, hasta que llega un momento que, al igual que en el mito de Agamenón y Atenea, le comunica a Steven que va a sufrir un castigo ¿divino? por haber “matado” a su padre, y que solo se librará de él realizando un sacrificio.
Steven y su esposa Anna (Nicole Kidman) son médicos, padres de dos hijos que viven una vida acomodada. Pertenecen a una clase social alta, y disfrutan de los privilegios que eso conlleva. Martin y su madre viven “en un barrio no tan bonito como este, en una casa no tan bonita como esta”, como dice el propio Martin, e incluso pueden estar pasando dificultades económicas tras el fallecimiento de su padre.
Steven nunca ha contado nada acerca del fallecimiento del padre de Martin en la operación que él estaba realizándole, y cuando ya no le queda más remedio que hacerlo, le quita importancia y por supuesto, no reconoce su culpa, de hecho, traslada esta, de haberla, al anestesista. Cuando su mujer Anna va a hablar con el anestesista, este hace lo mismo que Steven: se quita de en medio y culpa al cirujano.
Nadie toma responsabilidades, su posición elevada profesional y social se lo permite, y muchos Martins se quedan sin padres, hermanos, madres, amigos, etc. de manera “gratuita”. La sociedad actual es injusta, nadie lo duda, y los que viven en la esfera privilegiada no son conscientes, para nada, de lo que es vivir en el escalón de abajo.
La crítica de Lanthinos no es hacia el colectivo médico –solo se apoya en él para contar su historia-, la crítica es hacia el clasismo presente en nuestros días, que provoca que la libertad y la justicia no permean en todos los estratos sociales de la misma manera.
Martin es el demiurgo encargado de mostrarle a “los de arriba” lo que es el sufrimiento de “los de abajo”. Y lo hace de la manera más cruel y brutal que he visto en el cine en mucho tiempo. Sin mucho ruido, pero de manera implacable, el horror se va introduciendo en la perfecta vida de la pareja protagonista.
A transmitirnos esa sensación desasosegante y perturbadora contribuye la perfecta realización de Lanthimos, con sus imágenes distantes, frías e inquietantes; sus diálogo, siempre mecánicos, y una música penetrante que acentúa las escenas cruciales del film.
Finalmente, cuando la situación se vuelve insostenible, y la apacible y refinada vida de la familia de médicos se torna horrible y desesperada, vemos aflorar en ellos todos los comportamientos que normalmente atribuirían a las clases más desfavorecidas y peor educadas.
Es fantástico como nos muestra el realizado como todo su mundo se desmorona en un minuto cuando “el Poder” cambia de bando. Salen a la luz los intereses, los egoísmos, las adulaciones, los favoritismos… como en “El tiempo del lobo” de Haneke (Le temps du loup. Michael Haneke, 2003), cuando el manto social que nos recubre desaparece y solo importa la lucha por la supervivencia, todo somos iguales, todos somos enemigos.