lunes, 22 de enero de 2018

Walden Dos (B. F. Skinner, 1948)



   
          
      Lo que cuenta para ser feliz no es la cantidad de bienes de consumo, sino la relación contingente entre los bienes y la conducta. 

·       Tanto el capitalismo como el socialismo están sujetos a la expansión y por ello al consumo y a la contaminación.

·       Hay muchas cosas en el modo de vida que tenemos ahora que son totalmente insanas…

·       Lo importante es animar a nuestra gente a considerar cada hábito y costumbre como susceptible de mejora. Una constante actitud experimental hacia todo.

·       Sorprendente pieza de ingeniería cultural… ¡El horario flexible! El resultado es casi increíble.

·       Quien busca y consigue un puesto administrativo es un individuo excepcional.

·       Trabajamos con más habilidad y más rápidamente durante las primeras cuatro horas del día.

·       El aburrimiento es mucho más fatigoso que un trabajo intenso que te entusiasma.

·       Estamos equiparando las ocho horas de algunos con las cuatro de todos.

·       Thoreau observó que el obrero medio de Concord tenía que trabajar de diez a quince años para simplemente conseguir un techo con el que cubrirse. Nosotros lo ganamos en unas diez semanas.

·       Lo que sí exigimos es que el trabajo de un hombre no coarte su espíritu o amenace su felicidad.

·       Las utopías surgen del desprecio hacia la vida  moderna.

·       Faltan las debidas condiciones para la creación de arte y la música.

·       Mayor estímulo personal. Tiempo para pensar. Tiempo para crear; esas son las claves.

·       A nuestros niños se les enseña a pensar.

·       La adolescencia debería ser breve, libre y sin dolor. Así lo hacemos en Walden Dos.

·       No nos podríamos casar hasta que Steve consiguiera un trabajo, y no sería muy bueno que digamos. Luego tendríamos que conseguir un par de habitaciones junto a las vías del tren. Y nuestros niños nacerían en casa y crecerían, como la mayoría de los niños de la ciudad, en la calle… En Walden dos podríamos evitar todo eso…

·       Lo que pretendemos crear mediante nuestros experimentos culturales en Walden Dos es un sistema de vida que satisfaga las necesidades sin necesidad de propaganda y por el que no tengamos que pagar el precio del atontamiento de la persona.

·       La democracia no es una garantía contra el despotismo.

·       Una destrucción desigual del bienestar destruye más incentivos de los que crea y, evidentemente, no puede laborar por el bien común.

·       La posibilidad de crear un sistema de vida satisfactorio, disminuyendo al máximo posible los contactos con el gobierno, era el punto más brillante en toda la argumentación de Walden Dos.
Pensé en los millones de jóvenes que en aquel mismo instante buscaban un puesto en la vida dentro de una estructura social y económica en la que no tenían fe… Qué diferencia entre el ideal y la realidad. Qué felices serían en Walden Dos.

Inside out (Del revés): evitar la tristeza es lo que nos hace tristes




Una de las enseñanzas clave de la filosofía budista se centra en el reconocimiento y la expresión de las emociones que nos embargan, en que es imposible que todo sea perfecto para todo el mundo, que la vida tiene momentos maravillosos pero también momentos duros, y que hay que experimentarlos y aceptarlos, porque ellos también forman parte del proceso vital. La huida hacia delante, o la simple negación u ocultamiento bajo capas de pintura de estas emociones es precisamente lo que acaba volviéndonos tristes.

La película de Pixar "Inside-out" (Pete Docter y Ronnie del Carmen, 2015) es una obra maestra. No solo por explicar de manera tan sencilla y perfecta el funcionamiento de algo tan complejo como el cerebro humano, y de paso, meterle la dosis de emoción y melancolía necesaria para que nos conmueva, si no porque además, nos manda un mensaje de psicología avanzada, no ya para los niños, que también, si no para los padres. Yo pertenezco a una generación de niños –sobre todo varones- a los que se les decía “los hombres no lloran”, o “llorar es de niñas”, o “no te quejes, tienes que ser un hombre”. Y después, de adolescente o adulto, con que tuvieras algún altibajo emocional, lo que era la norma establecida era irse de borrachera con los colegas para “olvidar”. El caso era festejar, hacer siempre lo posible para “pasarlo bien” y “estar feliz”, pero nunca, nunca, nunca, bajo ningún concepto, expresar y compartir tus sentimientos. Los malos momentos no había que experimentarlos, había que enterrarlos, ocultarlos, bien fuera bajo litros de alcohol o bajo toneladas de bromas y chascarrillos. Como si estar triste fuera un impedimento para el correcto avance de la vida. Nada más alejado de la realidad.

La muerte forma parte de la vida, y cuando alguien muere, no hay que estar contento al día siguiente. Cuando una relación se rompe, no hace falta estar lleno de energía y optimismo al minuto de que nos hayan dejado. La vida tiene su ritmo, y para que las emociones se desliguen de los recuerdos, necesitan un tiempo. Es fisiología pura y dura. Si dejamos que ese tiempo pase de manera correcta, expresando esas emociones y esos recuerdos emotivos cuando aparezcan en nuestro cerebro, poco a poco, a base de repetir, de contar, de hablar, de reflexionar, en definitiva, de compartir esos sentimientos, la emoción ligada a ese recuerdo se irá desvaneciendo poco a poco, su unión se irá debilitando. Por supuesto, en algunos casos muy significativos, siempre habrá algún resquicio de emoción negativa asociada a ese recuerdo, pero como ya lo sabremos, no nos pillará por sorpresa, y aceptaremos su presencia, con viviremos con ella como una parte más de nuestra vida. Entenderemos que la vida tiene infinidad de momentos, y que es totalmente imposible que todos sean buenos, alegres y felices, una vida así sería mentira, sería de plástico, no existe. Y además, si así estuviésemos acostumbrados, una simple rotura de una uña sería una tragedia para nosotros. No es real, estaríamos viviendo en una –frágil- burbuja de cristal. Cuando antes entendamos eso, más felices seremos. Emborracharse para olvidar, no dejar llorar al niño cuando está triste, no manifestar delante de los demás que lo estamos pasando mal e impostar siempre una felicidad inexistente, lo que hace, es que las emociones negativas permanezcan unidas a los recuerdos con toda su fuerza, y cuando estos, consciente o inconscientemente tomen el control de nuestro cerebro, lo harán con esas emociones asociadas, lo que desembocará en un ánimo negativo o lo que es peor, en algún tipo de trastorno emocional.

La película de Pixar nos muestra todo esto y más. Porque además nos enseña como las vivencias que vamos teniendo en nuestra vida conforman nuestra personalidad, como se almacenan los recuerdos, como se olvidan, como al “hacernos mayores” tenemos que dejar atrás, para siempre, partes importantes de nuestra identidad de niños pequeños –aunque sería mucho mejor para todos que al menos conserváramos alguna-, como se toman decisiones erróneas, como si la ira toma el control de nuestro cerebro no se puede pensar con claridad, como “el saber” sí ocupa lugar, como los hechos y las opiniones a veces se confunden, como discurre el pensamiento, como el almacén de recuerdos es en parte como un gran cuarto desordenado, como se forman los sueños, o lo fácil que se escapan los miedos del inconsciente. Pero sobre todo, como dije al principio, muestra –nos muestra- que en la vida no todo tiene que ser alegría, que los momentos tristes también forman parte de nosotros, que la tristeza no se puede encerrar en un círculo para evitar que participe en la vida real, porque tarde o temprano lo hará, que no se pueden ignorar... al contrario, esos momentos hay que vivirlos, compartirlos y experimentarlos, y así, aunque en principio parezca ser un camino más largo, tortuoso y sufrido, se consiga alcanzar una felicidad verdadera, afianzada sobre unos cimientos sólidos y consistentes, que nos harán ser capaces de resistir cualquier eventualidad que se nos presente en ese largo camino que es el discurrir vital.



domingo, 14 de enero de 2018

Esculpir en el tiempo (Andrei Tarkovski, 1988)






• Convertir el arte en ideología o tener una excesiva preocupación por el estilo, o ponerlo todo en función del éxito, es el gran error en el que puede caer el cine.

• Tender hacia la sencillez es tender a la profundidad de la vida representada pero encontrar el camino más breve entre lo que se quiere decir y lo realmente representado en la imagen finita es una de las metas más arduas en un proceso de creación.

• Durante la infancia se vive, y en adelante se sobrevive

• Para Iván, como para Kelvin o Alexander, el regreso al hogar es un fin imposible.

• La película (El espejo) hay que verla como se observan las estrellas.

• La verdad nace fundamentalmente del diálogo.

• El espectador debe añadir a la unidad de la película añadiendo elementos propios

• La poesía es un modo de ver el mundo, una forma especial de ver la realidad

• Si se ama la vida también se siente la necesidad inaplazable de reconocer esa vida, de transformarla, de contribuir a que sea mejor.

• Normalmente el encuentro con la fuente concreta de los recuerdos destruye el carácter poético de éstos

• El arte y la ciencia son formas de apropiarse del mundo, formas de conocimiento del hombre en camino hacia la verdad absoluta.

• El arte proporciona la posibilidad de que lo infinito sea perceptible.

• Las condiciones indispensables para la lucha del artista hasta llegar a su propio arte son la fe en sí mismo, la disposición de servir y la falta de compromisos externos.

• El poeta es una persona con la fuerza imaginativa y la psicología de un niño.

• La cultura de masas pensada para el consumidor, mutila las almas, cierra al hombre el camino hacia las cuestiones fundamentales de su existencia, hacia el tomar conciencia de su propia identidad como ser espiritual.

• cuando el hombre se topa con una obra maestra comienza a escuchar dentro de sí mismo la voz que inspiró al artista.

• Cuanto más escondidas estén las intenciones del autor, tanto mejor para el arte.

• Una obra de arte es tanto más elevada cuanto más inaccesible es a un juicio.

• Gracias al cine el hombre habría encontrado por primera vez la posibilidad de fijar el tiempo, pudiendo reproducirlo todas las veces que quisiera.

• La representación del tiempo es el cine, eso y nada más que eso.

• La pureza del cine no está en la agudeza simbólica, sino en el hecho de que las imágenes muestren la concreción e irrepetibilidad de un hecho real.

• La verdad hay que vivirla no aprenderla.

• Un trabajo cinematográficamente creativo exige el interés por la observación inmediata del mundo vivo, cambiante, en continuo movimiento.

• El ritmo de la película surge por analogía con el tiempo que transcurre dentro del plano.

• Cuando alguien se orienta deliberadamente por el público, estamos ante un producto de la industria del entretenimiento, nunca ante arte.

• Es bien sabido que para Cézanne, admirado e idolatrado por sus colegas, era una catástrofe que su vecino no le viera por un pintor.

• Uno solo puede dar respuestas inteligentes cuando le son planteadas preguntas inteligentes. Goethe

• El espectador solo es responsable en parte de su mal gusto; pues la vida no nos concede igualdad de oportunidades para perfeccionar nuestros criterios estéticos.

• Si el arte no se utiliza según su meta, muere.

• Una idea realmente artística es siempre para el artista algo atormentador, casi algo peligroso para su vida.

•Un artista de verdad solo tiene derecho para su actividad artística si para él es una necesidad vital.

• La  sociedad tiende a la estabilidad, el artista a la eternidad.

· Una crisis interior siempre es un intento de volver a encontrar el propio yo. Entra en un estado de crisis todo aquel que se plantea problemas intelectuales.
 

Dikoobras llegó a aquel lugar ansiado pidiendo que su hermano, de cuya muerte él era culpable, volviera a la vida. Pero cuando Dikoobras volvió de la habitación a su casa, se encontró repentinamente enriquecido. La zona le había regalado su verdadero deseo íntimo, y  no aquello que había pretendido desear. Por eso, Dikoobras se ahorcó.

viernes, 12 de enero de 2018

Ante la duda, tú la viuda (La seducción; The Beguiled, 2017. Sofia Coppola)





Magistralmente filmada, en esencia, la nueva película de Sofia Coppola (La seducción; The Beguiled, 2017) se acerca al tema de las relaciones de hombre-mujer, quizá desde un punto de vista femenino, o incluso podríamos decir, desde un punto de vista en contra del machismo. Pero la verdad es que realiza esa aproximación desde un punto de vista objetivo, como un observador neutral y externo, ajustándose a las peculiaridades de la situación: cinco mujeres de diferentes edades y un hombre, todos encerrados en una casa.
La película es un remake de la obra "El seductor" (The Beguiled; 1971) de Don Siegel, que a su vez está basada en la novela A Painted Devil, del escritor Thomas P. Cullinan.
En la cinta se narra la historia de cinco mujeres de distintas generaciones que viven recluidas en una enorme casa en Virginia, mientras en el exterior se está librando la guerra de la independencia de los EEUU. Un soldado, el cabo John McBurney (Colin Farrell) es encontrado malherido por una de las chicas (Amy, Oona Laurence) en los alrededores de la casa, y en un acto de bondad, lo lleva a su residencia, junto a las demás. El soldado es un "yanki", es decir, un miembro del bando contrario, ya que las mujeres son sureñas. Es un enemigo.
Ante el estado del soldado, las mujeres deciden entrarlo en la casa, curarlo, darle cuidado, y no delatarlo. Se quedará ahí, en principio, hasta que esté en condiciones de valerse por sí mismo, momento en el cual deberá volver de nuevo al frente.
En este sencillo armazón Sofía Coppola encuentra el terreno adecuado para tejer una intrincada historia de hombres y mujeres, sus maneras de relacionarse, sus intereses, sus deseos, sus elucubraciones, sus pasiones, sus luchas de poder y de ego, y por supuesto, sus manipulaciones para salir vivos de todo ello, o al menos poco perjudicados.
Mientras en el exterior se libra la batalla de la independencia de los EEUU, de la que resuenan lejanos, muy lejanos, los ecos de los cañonazos, casi como si fueran de mentira; en el interior se libra una batalla totalmente verdadera, la batalla de los sexos, a mi parecer, mucho más interesante. Es una batalla que se remonta al origen de los tiempos, una batalla que surge con el origen mismo de la vida, o más bien con el origen del sexo. Cada uno de los personajes participa en la misma, que tiene múltiples aristas, a cada cual más puntiaguda. Es una batalla entre el hombre y la mujer, es una batalla entre las mujeres, es una batalla del hombre contra los otros hombres del exterior, y es una batalla de cada uno de los personajes contra ellos mismos y su fuero interno.
Sofía Coppola nos muestra todo esto en un entorno tranquilo, silencioso, idílico, casi como el país de nunca jamás, en el que el purísimo blanco que envuelve a las mujeres -y a la casa- se conjuga perfectamente con la prístina luz natural, suave y pacificadora, que baña los exteriores, y la musicalidad y sosiego que inunda el interior. Solamente cuando irrumpen en la casa con relativa violencia los soldados confederados -intuimos que, a exigir servicios sexuales de la dueña, la señorita Farnsworth (Nicole Kidman)-, se rompe ese equilibrio cromático y la imagen se vuelve oscura, amenazante, donde no se muestra el rostro de los soldados –despersonalizándolos-, los cuales se ven sucios y toscos. El resto, es todo belleza y poesía.
Puedo afirmar sin temor a equivocarme que la casa, cerrada a cal y canto, coronada por unas majestuosas y sólidas columnas blancas, y rodeada por un jardín del Edén, representa en Universo femenino. Ahí no entra nadie sin permiso, es infranqueable. De hecho, los soldados confederados hablan con las mujeres a través de la verja -excepto los nombrados anteriormente.
El único hombre que entra es John, y es porque ellas lo dejan. Ese momento es magistralmente mostrado por Coppola: él yace inconsciente a la puerta de la casa, y todas deliberan si deben dejarlo entrar. Finalmente, ayudándose unas a otras, lo introducen en la casa, le permiten la entrada a su Universo íntimo e inaccesible. La escena se filma desde la lejanía: figuras blancas meten en una casa blanca al hombre, que es una figura oscura. Así lo deciden ellas, son ellas las que lo dejan entrar. La puerta se cierra.
Ya en el interior, comienza la batalla. Él está solo, perdido y desorientado en ese nuevo mundo. Ellas, de una u otra manera, transformadas. Normal, un nuevo elemento, extraño, entra en juego. Su vida, desde la de la niña más joven, a la mujer más adulta, se ve alterada. Aparece el miedo, la curiosidad, el deseo, la amistad, la atracción -sexual y no sexual-, la intimidad y por supuesto, el amor. Y entonces empieza la lucha por la supervivencia, la de él, consiste en limar las asperezas: es el enemigo -político y biológico-, y tiene que "seducir" a sus adversarios para lograr su supervivencia, tanto en el cuidado de sus heridas, como posteriormente, en conseguir que lo refugien, que le dejen quedarse allí y no lo delaten o lo expulsen. Entonces aparece el hombre adulador -unas veces sincero y otras no-, el amigo, el compañero, el ayudante, y por supuesto, el amante. Aparece el hombre que resuelve problemas, que, debido a su superior fuerza física, puede ayudar en el mantenimiento de la casa allá donde las mujeres no pueden llegar -de repente es un grandísimo jardinero ;)-. El caso es que, de una manera u otra, va entrando en ese Universo, sintiéndose cómodo, y ganándose el beneplácito de todas las mujeres de la casa, y en apariencia, todo es sincero, Sofía no nos da muestras de que exista falsedad en sus actos o en sus palabras. Todo marcha fenomenal, e incluso parece que pueda llegar a un equilibrio estable que se mantenga en el tiempo.
Entonces aparece el amor, y el deseo. Y otra vez parece sincero, o al menos así nos lo muestra la directora. John se enamora de Edwina Morrow (Kirsten Dunst), y ella de él. Pero aparece también la tentación, porque algunas de las otras mujeres también se sienten atraídas sexualmente por John –en especial Martha Farnsworth (Nicole Kidman) y Alicia (Elle Fanning), para quien todo es un juego inocente de adolescentes, y “jugando” llega a besar a John en la oscuridad-, y John por ellas.
Y llega la noche, y llega la distensión de la celebración, y todo aderezado con alcohol, y llega la confusión… y sin que sirva lo anterior de justificación, se establece un flirteo a discreción, tanto por la parte de ellas -incluso las niñas, aunque desde un punto de vista paternal/amistoso-, como de él con todas ellas. Finalmente el cabo John se deja llevar por sus bajos instintos, y se refugia en la cama de la adolescente Alicia, como queriéndonos decir que el amor prefiere una cosa -Edwina como representación de la madurez, del futuro, de la familia, de la vida en conjunto-, y el instinto otra -la juventud adolescente de Alicia-; el caso es que esta traición -que no llega a ser consumada- es descubierta en ese preciso momento por Edwina, que entra en cólera, y en el forcejeo con John, este cae por las escaleras lastimándose gravemente la pierna.
Y aquí empieza otra película. Aunque tratando sobre lo mismo...
Las matriarcas de la casa, Martha Farnsworth y Edwina Morrow –y en principio las traicionadas-, deciden amputarle la pierna porque si no morirá de gangrena. La decisión parece correcta. Pero cada uno que entienda lo que quiera... hay mucho terreno para las metáforas: la de la amputación del miembro por una parte, y la interpretación de la decisión por otra.
Cuando John despierta y descubre su pierna cortada, se vuelve loco, y las amenaza a todas con violencia. Edwina se acaba acostando con él, pero ya no hay amor de por medio. Todo se enturbia, y ellas se sienten -con razón- amenazadas de muerte. Ya nada puede volver a ser como al principio.
En esta etapa de la película es donde se pone de más manifiesto el tema del machismo, pues realmente el hombre ejerce violencia para someterlas a ellas, aunque bien es cierto que es precedido de que ellas le cortaran la pierna, aunque bien es cierto que esto fue consecuencia de una pelea provocada porque él traicionó a Edwina e intentó acostarse con otra... y además, después de flirtear con Martha Farnsworth, a la que luego deja de lado... con lo que traiciona a Edwina con Miss Farnsworth, y a Miss Farnsworth y Edwina con Alicia… En fin, que analizado al detalle, todo es complicado, y ahí radica la genialidad de la película: en que la directora es capaz de mostrarnos esto diáfana y objetivamente, utilizando sutiles metáforas y mensajes entre líneas -entre imágenes más bien-, enseñándonos que no todo es blanco o negro, sino que está lleno de infinidad de matices de grises –y azules.
Finalmente, ante la adversidad, las mujeres olvidan sus diferencias y se unen para toman una decisión en conjunto que las salvaguarde. En concreto, es la más joven, Marie (Addison Riecke), representante de la nueva generación –nueva metáfora con mensaje-, la que aporta la “mejor” idea. Todas juntas, agarradas de la mano, aguardan la consecuencia de su plan.
El plano final, con las mujeres a la puerta de la casa, esperando a que vengan a recoger el cuerpo de John, que ahora yace envuelto en una sábana blanca –sin rostro, sin identidad; representando a “el hombre”-, mientras el plano se va cerrando sobre la verja de hierro y sus barrotes, es también muy significativo. Las mujeres y su Universo-fortaleza, en el que te dejarán entrar si ellas quieren, y del que te verás expulsado si no te comportas con el respeto que se merece cualquier ser humano. Como debe ser, como debería ser.

La la land, la película que quizá nos dice que quizá perseguir tus sueños a toda consta no es lo correcto






(Toda la crítica es un spoiler, si no has visto la película, no sigas leyendo.)
Ese final, ese maravilloso final, ese giro inesperado de la vida que pudo ser y no fue, de la historia alternativa que existiría si ambos, o al menos uno de ellos, hubiesen dejado de lado sus sueños.
Dilema difícil el que nos plantea Damien Chazelle en esta obra maestra del CINE con mayúsculas, letras luminosas, y música de jazz de fondo.
La trama no puede ser, en apariencia, más sencilla: chico conoce a chica, o más bien, la música que brota de la rebeldía, del enfrentarse al orden establecido, del salirse de lo políticamente correcto y seguir aquello que emana desde dentro, hace que chico conozca a chica. Ese punto de ser diferentes, de no encajar, de perseguir aquello que bullía en su interior, hace que los dos protagonistas, prodigiosamente interpretados por Emma Stone (Mia) y Ryan Gosling (Sebastian) se conozcan, y a partir de ahí, surja el amor. El amor, rodeado de música y de baile y de secuencias inolvidables, bien sea por la incomparable química que desprende la pareja protagonista, bien sea por la magnífica coreografía, realización y fotografía. Luego vendrá el entenderse, el convivir, el sentir… y el malvivir; y las decisiones erróneas a las que la vida casi sin remedio te empuja. Y ella quiere abandonar su sueño, y él la persigue para convencerla de que no desfallezca. Y luego viene esa frase que dice "te querré siempre", y nos tememos que la bonita historia se escapa sin remedio.
Y a continuación, cinco años después de esa frase, viene el final. Ella ha triunfado con su película en París, se ha convertido en estrella de cine, y vuelve al bar en el que trabajaba cuando, precisamente, idolatraba ser estrella de cine. Su sueño se ha cumplido. Y él es pianista, y tiene su club de jazz, y ya no es un músico a sueldo que tocaba lo que no sentía. Su sueño se ha cumplido.
Y una noche después de un concierto... ella deja a su hija en su casa, ella sale a cenar con su marido, que es otro, y los dos van a tomar una copa a un club de jazz, que es el de Sebastian. Él toca su canción, la canción con la que se rebeló contra las ataduras del sistema, la canción que hizo que ella se fijara en él, y se identificaran sus almas gemelas. Sus miradas se encuentran mientras él está al piano y ella está sentada en la mesa, casi sin poder respirar por los azotes del vendaval de los recuerdos. Comienzan las notas, y sus cerebros rememoran, e imaginan todo lo que pudo ser y no fue, mientras el director nos lo muestra a nosotros en el nostálgico formato del vídeo de ocho milímetros… Termina la canción, y ella se va, no sin antes lanzar una última mirada hacia el escenario, donde él la mira, los dos asienten, y los dos sonríen. Los dos han alcanzado sus sueños... pero los dos se van cada uno por su lado.
¿Por qué no te fuiste con ella a París, Sebastian? ¿Por montar un club de jazz? ¿Vale más un club de jazz que esa vida en conjunto que vimos, que vivimos, en el maravilloso vídeo del posible Universo paralelo en formato de ocho milímetros?
Esa sonrisa común al terminar, en la despedida, deja el final abierto para que cada espectador piense lo que quiera. Pero el discurrir de la película parece querer decirnos, que ese amor tan bonito y tan musical que vimos, era un escollo para que los dos por separado consiguiesen lo que tenían planificado. Por ese amor, él se deja llevar por la urgencia del dinero, y ficha por una banda que le proporciona ingresos pero que lo deja vacío por dentro, que lo encasilla en la madurez y la responsabilidad, y le hace perder la esencia de su personalidad. Por ese amor, ella tiene que soportar que él se disuelva interiormente, que ya no sea ese músico apasionado que le hizo amar lo que antes ni entendía, y por eso pierde la energía que necesitaba para su propia carrera de artista.
Cuando rompen después del "te querré siempre", se liberan del amor, del obstáculo. Se separan, y finalmente logran materializar esas ambiciones que bullían en su fuero interno…
Ante este planteamiento, parece claro que el director nos está diciendo que, para conseguir tus sueños, tienes que sacrificar muchas cosas, algunas de ellas muy valiosas. Pero sinceramente, lo que visualizamos en el vídeo de esa vida que pudo ser y no fue, vale millones de veces más que una portada de revista, y por supuesto, que el más perfecto y soñado club de jazz. Sin dudarlo ni un segundo, yo escogería el amor Sebastian. Yo me iría a París, aunque fuese a tocar el resto de mi vida en un cuchitril.

lunes, 1 de enero de 2018

La rodilla de Claire (Eric Rohmer, 1970)






Jérome, el protagonista de esta maravillosa película dirigida por el crítico reconvertido a director de cine, Eric Rohmer, está completamente perdido dentro de su –falsa- identidad. No sabe quién es, o evita saberlo, forjando así una imagen idílica que luego es la que transmite una y otra vez a sus acompañantes. Todo en él no es nada más que una portada de revista, una falsa humildad, una falsa identidad de cara a la galería. Lo que no me queda claro es si es deliberado o simplemente un mecanismo inconsciente para protegerse de su yo verdadero, el cual no es de su agrado.

Ya solo por el título, esta película resulta atractiva. La rodilla de Claire es el último de los cinco cuentos morales de Rohmer, y en él se escudriñan las sutilezas de comportamiento de un hombre maduro “decidido” a dedicar su vida a la mujer que ama, o eso es lo que él piensa. Porque a lo largo de la película vamos descubriendo -a la vez que él- la realidad de la situación.

Este elegante diplomático –Jérome- pasa el verano en el lago Annecy, al término del cual se casará con su prometida, "la única mujer que ama". Cuando está allí, se encuentra por casualidad con una novelista rumana que lo lleva a conocer la familia con la que está viviendo. En la casa de la escritora se topará con las hijas de la dueña de la hacienda, dos mediohermanas de dieciséis y diecisiete años que trastocarán sus planes de vida y, en el fondo, su persona; o al menos la persona que él cree -y le gustaría- ser.

De una manera sutil pero firme, Rohmer nos está hablando del ser humano, y más concretamente del hombre. De lo que es y de lo que aparenta ser una vez embadurnado por el manto de lo "socialmente correcto". No todos los hombres son como Jerome, pero sí hay muchos hombres que ocultan ser Jerome. Mientras todo está bajo control y como ellos consideran que deben ser las cosas, todo es correcto. Pero basta un pequeño traspiés para que pasen al ataque se revelen tal como son, y alteren y manipulen y tergiversen las situaciones para que todo vuelva a estar bajo su dominio

En la película, la presencia de Claire y su total indiferencia hacia Jerome -por otra parte, totalmente normal- son ese punto de inflexión. El ser ignorado por la joven, mancilla enormemente el ego de casanova de Jérome. Su interior se va turbando, al igual que las aguas del lago en el que veranean, hasta que la contemplación próxima de la rodilla de Claire hace que termine por estallar, y mostrarse tal cual es. De todos modos, el resquebrajamiento del protagonista nos lo muestra Rohmer sin hacer ruido, suavemente, con delicadeza, casi sin que el espectador se percate de que la oscuridad va dominando la cinta... Ahí radica parte de la genialidad de la película.

Toda la historia es una gran metáfora sobre el poder, la conquista, el sometimiento, y la posesión sexual. En la película no llega a "pasar" nada, pero lo que ocurre, es siempre una alegoría de lo que podría pasar -o de lo que está en mente de todos que podría pasar-. Al igual que la idea de sí mismo que tiene Jerome, todo es mentira, pero todo es real. Las imágenes bonitas, los diálogos literarios, la luminosidad, los colores saturados, la alegría imperante… todo eso nos despista, pero de lo que realmente nos está hablando Rohmer es de uno de los aspectos más oscuros y primitivos del alma humana.