lunes, 10 de febrero de 2020

En la biblioteca


(Escrito para el concurso de relatos de la nueva biblioteca de Ourense

—No me importa lo grande que es tu televisor, sino lo extensa que es tu biblioteca —dijo en voz baja, casi susurrándose a sí mismo.
En estos tiempos que corren donde los netflix y los hachebeós, por no hablar de las omnipresentes redes sociales, engullen nuestro tiempo, adormecen nuestras neuronas y monopolizan el mundo de la ficción, leer un libro se ha convertido en un acto revolucionario; no digamos ya el ir a una biblioteca.
La primera vez que entré a la Biblioteca Pública de Ourense era muy niño, no recuerdo exactamente la edad concreta, pero sí recuerdo la sensación, que sigo teniendo siempre que entro a una de ellas, de encontrarme seguro, arropado, feliz, como si estuviese en mi propia casa, o aún mejor, en mi habitación dentro de mi propia casa, pero con el aliciente de que tengo ante mí un mundo nuevo —o varios mundos, mejor dicho— por descubrir. Esa sensación es la que me provocan los libros, esos conjuntos de hojas apilados repletos de conocimientos e historias en las que una vez que entras en contacto con ellos, te quedas atrapado para siempre. Y esto es así porque el acto de leer implica muchas más conexiones cerebrales que el acto de visionar; porque el acto de leer es un acto activo, mientras que el de ver es pasivo: te tiras en el sofá y recibes todo aquello que viertan sobre ti, sin que tú participes realmente en el proceso. El objetivo es vaciar el cerebro, no enriquecerlo. Un chicle para el intelecto.
Sin embargo, leer requiere actividad; no hay lectura sin intervenir en ello. No hay lectura sin abrir el libro, no hay lectura sin pasar las hojas, no hay lectura sin que la luz ilumine el texto. No hay lectura sin que el olor nos impregne el pensamiento, no hay lectura sin que la mirada tenga que desplazarse entre las frases, no hay lectura sin que el cerebro imagine y construya la historia a la vez que vamos leyendo. No hay lectura sin sumergirse profundamente en un nuevo Universo.
Toda esa actividad cerebral se pierde en esas otras plataformas pasivas que dicen que cuenta historias —o conocimiento—, donde al contrario que en la lectura, la pulverización del tiempo es el objetivo, no su aprovechamiento.
Por eso aún ahora cuando entro, ya con mis hijos, en la sala infantil de la Biblioteca Pública de Ourense, para disfrutar con ellos curioseando entre los libros, descubriendo nuevos mundos y acercándonos a nuevas experiencias y pensamientos, esa sensación de seguridad, felicidad y descubrimiento surge en mí de nuevo, y me gusta observar y percibir que también ocurre en ellos, y así seguirá siendo en ese magnífico nuevo espacio que nos estáis construyendo.