"La Sustancia" es una película que, a través del prisma del terror corporal y la ciencia ficción, revela las tensiones profundas y consecuencias nefastas de una sociedad narcisista y hedonista que idolatra la juventud y el éxito mediático y superficial. La protagonista, Elisabeth Sparkle, se enfrenta a una lucha existencial que refleja la cosificación y explotación —y autoexplotación— del ser humano en un mundo obsesionado con la imagen y el reconocimiento, evocando temas centrales en varias obras filosóficas y literarias.
La desesperación de Elisabeth por recuperar su juventud a través de "La Sustancia" es una manifestación explícita de la sociedad narcisista descrita por Lipovetsky en "La era del vacío", pero exacerbada hasta el infinito, lo que provoca una distorsión grotesca de la misma. Coralie Fargeat lleva el hecho de que la cultura contemporánea, alimentada por la constante validación externa, fomenta la cosificación —sobre todo de la mujer— y el culto al yo que, lejos de ofrecer una satisfacción estable, engendra vacío y alienación. En "La Sustancia", la necesidad de mantenerse joven y relevante, aún a costa de su identidad y sin ser capaz de frenarlo —sobre todo en el último tramo—, recuerda esta obsesión casi vital por la aprobación externa, que se materializa en la pérdida de todo sentido de la vida con tal de ser el centro de atención...
Por otra parte, al igual que ocurría en "El retrato de Dorian Gray" de Oscar Wilde, la película también explora el deseo de inmortalidad y la aversión a las consecuencias naturales del tiempo. Tanto Dorian como Elisabeth buscan la juventud eterna, la belleza inalterable, pero pagan un precio muy alto por ello: la desintegración de su humanidad y la destrucción de su identidad. Este paralelismo subraya cómo la lucha por la perfección exterior superficial lleva a la alienación y a crisis existencial. En el caso de Elisabeth, lo que comienza como una búsqueda de belleza se transforma en una forma de auto-explotación, degradación y pérdida de control sobre su propia vida.
En la obra de Fargeat también resuenan ecos de Guy Debord y su "La sociedad del espectáculo". En esta obra se describe un mundo en el que el ser humano está alienado de sí mismo, reducido a una mera imagen en una economía de la visibilidad, que es exactamente lo que le ocurre a la protagonista y por lo que acaba descendiendo al abismo de la oscuridad. Según Debord, la vida así vivida se convierte en una serie de representaciones superficiales y efímeras, y el "valor" de una persona depende de su apariencia y su capacidad de ser visto. En "La Sustancia", Elisabeth es el epítome de esta lógica: su valor y existencia parecen depender de su apariencia física, de su juventud y de los aplausos del público... y su autodestrucción es el resultado final de haberse convertido en una mercancía en la maquinaria del espectáculo.
Esta alienación y deshumanización es también un tema central en "La era del vacío" de Gilles Lipovetsky, comentada ya anteriormente. Lipovetsky plantea que la postmodernidad en la que nos hallamos inmersos está marcada por el individualismo exacerbado y el vacío existencial, donde los valores tradicionales son reemplazados por la búsqueda de placer inmediato y la gratificación personal. En la película, la lucha de Elisabeth no es solo contra el envejecimiento, sino contra una sensación de vacío al dejar de recibir la atención mediática que tenía hasta ese momento —que a su vez era su trabajo— y que el rejuvenecimiento temporal nunca podrá llenar. Esta búsqueda frenética por "ser joven" se convierte en una forma de autoexplotación, donde el cuerpo y la identidad se consumen como si fueran objetos reemplazables, con las consecuencias inevitables y fatales que eso conlleva.
En resumen, "La Sustancia" expone, a través de su narrativa de horror, cómo la cosificación del ser humano —mujeres sobre todo— y la obsesión por la notoriedad en una sociedad narcisista que gira en torno a este "brillo" superficial, no conducen a ningún paraíso, más bien nos llevan de cabeza al infierno llevados de la mano de la alienación, la autoexplotación y la destrucción del yo. Elisabeth, como le ocurría a Dorian, no es capaz de darse cuenta de que la búsqueda de "perfección" y juventud eternas no solo es inalcanzable, sino profundamente deshumanizante.