viernes, 12 de enero de 2018

Ante la duda, tú la viuda (La seducción; The Beguiled, 2017. Sofia Coppola)





Magistralmente filmada, en esencia, la nueva película de Sofia Coppola (La seducción; The Beguiled, 2017) se acerca al tema de las relaciones de hombre-mujer, quizá desde un punto de vista femenino, o incluso podríamos decir, desde un punto de vista en contra del machismo. Pero la verdad es que realiza esa aproximación desde un punto de vista objetivo, como un observador neutral y externo, ajustándose a las peculiaridades de la situación: cinco mujeres de diferentes edades y un hombre, todos encerrados en una casa.
La película es un remake de la obra "El seductor" (The Beguiled; 1971) de Don Siegel, que a su vez está basada en la novela A Painted Devil, del escritor Thomas P. Cullinan.
En la cinta se narra la historia de cinco mujeres de distintas generaciones que viven recluidas en una enorme casa en Virginia, mientras en el exterior se está librando la guerra de la independencia de los EEUU. Un soldado, el cabo John McBurney (Colin Farrell) es encontrado malherido por una de las chicas (Amy, Oona Laurence) en los alrededores de la casa, y en un acto de bondad, lo lleva a su residencia, junto a las demás. El soldado es un "yanki", es decir, un miembro del bando contrario, ya que las mujeres son sureñas. Es un enemigo.
Ante el estado del soldado, las mujeres deciden entrarlo en la casa, curarlo, darle cuidado, y no delatarlo. Se quedará ahí, en principio, hasta que esté en condiciones de valerse por sí mismo, momento en el cual deberá volver de nuevo al frente.
En este sencillo armazón Sofía Coppola encuentra el terreno adecuado para tejer una intrincada historia de hombres y mujeres, sus maneras de relacionarse, sus intereses, sus deseos, sus elucubraciones, sus pasiones, sus luchas de poder y de ego, y por supuesto, sus manipulaciones para salir vivos de todo ello, o al menos poco perjudicados.
Mientras en el exterior se libra la batalla de la independencia de los EEUU, de la que resuenan lejanos, muy lejanos, los ecos de los cañonazos, casi como si fueran de mentira; en el interior se libra una batalla totalmente verdadera, la batalla de los sexos, a mi parecer, mucho más interesante. Es una batalla que se remonta al origen de los tiempos, una batalla que surge con el origen mismo de la vida, o más bien con el origen del sexo. Cada uno de los personajes participa en la misma, que tiene múltiples aristas, a cada cual más puntiaguda. Es una batalla entre el hombre y la mujer, es una batalla entre las mujeres, es una batalla del hombre contra los otros hombres del exterior, y es una batalla de cada uno de los personajes contra ellos mismos y su fuero interno.
Sofía Coppola nos muestra todo esto en un entorno tranquilo, silencioso, idílico, casi como el país de nunca jamás, en el que el purísimo blanco que envuelve a las mujeres -y a la casa- se conjuga perfectamente con la prístina luz natural, suave y pacificadora, que baña los exteriores, y la musicalidad y sosiego que inunda el interior. Solamente cuando irrumpen en la casa con relativa violencia los soldados confederados -intuimos que, a exigir servicios sexuales de la dueña, la señorita Farnsworth (Nicole Kidman)-, se rompe ese equilibrio cromático y la imagen se vuelve oscura, amenazante, donde no se muestra el rostro de los soldados –despersonalizándolos-, los cuales se ven sucios y toscos. El resto, es todo belleza y poesía.
Puedo afirmar sin temor a equivocarme que la casa, cerrada a cal y canto, coronada por unas majestuosas y sólidas columnas blancas, y rodeada por un jardín del Edén, representa en Universo femenino. Ahí no entra nadie sin permiso, es infranqueable. De hecho, los soldados confederados hablan con las mujeres a través de la verja -excepto los nombrados anteriormente.
El único hombre que entra es John, y es porque ellas lo dejan. Ese momento es magistralmente mostrado por Coppola: él yace inconsciente a la puerta de la casa, y todas deliberan si deben dejarlo entrar. Finalmente, ayudándose unas a otras, lo introducen en la casa, le permiten la entrada a su Universo íntimo e inaccesible. La escena se filma desde la lejanía: figuras blancas meten en una casa blanca al hombre, que es una figura oscura. Así lo deciden ellas, son ellas las que lo dejan entrar. La puerta se cierra.
Ya en el interior, comienza la batalla. Él está solo, perdido y desorientado en ese nuevo mundo. Ellas, de una u otra manera, transformadas. Normal, un nuevo elemento, extraño, entra en juego. Su vida, desde la de la niña más joven, a la mujer más adulta, se ve alterada. Aparece el miedo, la curiosidad, el deseo, la amistad, la atracción -sexual y no sexual-, la intimidad y por supuesto, el amor. Y entonces empieza la lucha por la supervivencia, la de él, consiste en limar las asperezas: es el enemigo -político y biológico-, y tiene que "seducir" a sus adversarios para lograr su supervivencia, tanto en el cuidado de sus heridas, como posteriormente, en conseguir que lo refugien, que le dejen quedarse allí y no lo delaten o lo expulsen. Entonces aparece el hombre adulador -unas veces sincero y otras no-, el amigo, el compañero, el ayudante, y por supuesto, el amante. Aparece el hombre que resuelve problemas, que, debido a su superior fuerza física, puede ayudar en el mantenimiento de la casa allá donde las mujeres no pueden llegar -de repente es un grandísimo jardinero ;)-. El caso es que, de una manera u otra, va entrando en ese Universo, sintiéndose cómodo, y ganándose el beneplácito de todas las mujeres de la casa, y en apariencia, todo es sincero, Sofía no nos da muestras de que exista falsedad en sus actos o en sus palabras. Todo marcha fenomenal, e incluso parece que pueda llegar a un equilibrio estable que se mantenga en el tiempo.
Entonces aparece el amor, y el deseo. Y otra vez parece sincero, o al menos así nos lo muestra la directora. John se enamora de Edwina Morrow (Kirsten Dunst), y ella de él. Pero aparece también la tentación, porque algunas de las otras mujeres también se sienten atraídas sexualmente por John –en especial Martha Farnsworth (Nicole Kidman) y Alicia (Elle Fanning), para quien todo es un juego inocente de adolescentes, y “jugando” llega a besar a John en la oscuridad-, y John por ellas.
Y llega la noche, y llega la distensión de la celebración, y todo aderezado con alcohol, y llega la confusión… y sin que sirva lo anterior de justificación, se establece un flirteo a discreción, tanto por la parte de ellas -incluso las niñas, aunque desde un punto de vista paternal/amistoso-, como de él con todas ellas. Finalmente el cabo John se deja llevar por sus bajos instintos, y se refugia en la cama de la adolescente Alicia, como queriéndonos decir que el amor prefiere una cosa -Edwina como representación de la madurez, del futuro, de la familia, de la vida en conjunto-, y el instinto otra -la juventud adolescente de Alicia-; el caso es que esta traición -que no llega a ser consumada- es descubierta en ese preciso momento por Edwina, que entra en cólera, y en el forcejeo con John, este cae por las escaleras lastimándose gravemente la pierna.
Y aquí empieza otra película. Aunque tratando sobre lo mismo...
Las matriarcas de la casa, Martha Farnsworth y Edwina Morrow –y en principio las traicionadas-, deciden amputarle la pierna porque si no morirá de gangrena. La decisión parece correcta. Pero cada uno que entienda lo que quiera... hay mucho terreno para las metáforas: la de la amputación del miembro por una parte, y la interpretación de la decisión por otra.
Cuando John despierta y descubre su pierna cortada, se vuelve loco, y las amenaza a todas con violencia. Edwina se acaba acostando con él, pero ya no hay amor de por medio. Todo se enturbia, y ellas se sienten -con razón- amenazadas de muerte. Ya nada puede volver a ser como al principio.
En esta etapa de la película es donde se pone de más manifiesto el tema del machismo, pues realmente el hombre ejerce violencia para someterlas a ellas, aunque bien es cierto que es precedido de que ellas le cortaran la pierna, aunque bien es cierto que esto fue consecuencia de una pelea provocada porque él traicionó a Edwina e intentó acostarse con otra... y además, después de flirtear con Martha Farnsworth, a la que luego deja de lado... con lo que traiciona a Edwina con Miss Farnsworth, y a Miss Farnsworth y Edwina con Alicia… En fin, que analizado al detalle, todo es complicado, y ahí radica la genialidad de la película: en que la directora es capaz de mostrarnos esto diáfana y objetivamente, utilizando sutiles metáforas y mensajes entre líneas -entre imágenes más bien-, enseñándonos que no todo es blanco o negro, sino que está lleno de infinidad de matices de grises –y azules.
Finalmente, ante la adversidad, las mujeres olvidan sus diferencias y se unen para toman una decisión en conjunto que las salvaguarde. En concreto, es la más joven, Marie (Addison Riecke), representante de la nueva generación –nueva metáfora con mensaje-, la que aporta la “mejor” idea. Todas juntas, agarradas de la mano, aguardan la consecuencia de su plan.
El plano final, con las mujeres a la puerta de la casa, esperando a que vengan a recoger el cuerpo de John, que ahora yace envuelto en una sábana blanca –sin rostro, sin identidad; representando a “el hombre”-, mientras el plano se va cerrando sobre la verja de hierro y sus barrotes, es también muy significativo. Las mujeres y su Universo-fortaleza, en el que te dejarán entrar si ellas quieren, y del que te verás expulsado si no te comportas con el respeto que se merece cualquier ser humano. Como debe ser, como debería ser.

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