(Toda la crítica es un spoiler, si no has visto la película,
no sigas leyendo.)
Ese final, ese
maravilloso final, ese giro inesperado de la vida que pudo ser y no fue, de la
historia alternativa que existiría si ambos, o al menos uno de ellos, hubiesen
dejado de lado sus sueños.
Dilema difícil el que
nos plantea Damien Chazelle en esta
obra maestra del CINE con
mayúsculas, letras luminosas, y música de jazz de fondo.
La trama no puede
ser, en apariencia, más sencilla: chico conoce a chica, o más bien, la música que brota de la rebeldía, del enfrentarse al
orden establecido, del salirse de lo políticamente correcto y seguir aquello
que emana desde dentro, hace que chico conozca a chica. Ese punto de ser
diferentes, de no encajar, de perseguir aquello que bullía en su interior, hace
que los dos protagonistas, prodigiosamente interpretados por Emma Stone (Mia) y Ryan Gosling (Sebastian) se conozcan, y a partir de ahí, surja el
amor. El amor, rodeado de música y de
baile y de secuencias inolvidables, bien sea por la incomparable química
que desprende la pareja protagonista, bien sea por la magnífica coreografía,
realización y fotografía. Luego vendrá el entenderse, el convivir, el sentir… y
el malvivir; y las decisiones erróneas a
las que la vida casi sin remedio te empuja. Y ella quiere abandonar su
sueño, y él la persigue para convencerla de que no desfallezca. Y luego viene esa frase que dice "te
querré siempre", y nos tememos que la bonita historia se escapa sin
remedio.
Y a continuación,
cinco años después de esa frase, viene el final. Ella ha triunfado con su
película en París, se ha convertido en estrella de cine, y vuelve al bar en el
que trabajaba cuando, precisamente, idolatraba ser estrella de cine. Su sueño se ha cumplido. Y él es
pianista, y tiene su club de jazz, y ya no es un músico a sueldo que tocaba lo
que no sentía. Su sueño se ha cumplido.
Y una noche después
de un concierto... ella deja a su hija en su casa, ella sale a cenar con su
marido, que es otro, y los dos van a tomar una copa a un club de jazz, que es
el de Sebastian. Él toca su canción, la
canción con la que se rebeló contra las ataduras del sistema, la canción que
hizo que ella se fijara en él, y se identificaran sus almas gemelas. Sus
miradas se encuentran mientras él está al piano y ella está sentada en la mesa, casi sin poder respirar por los azotes del
vendaval de los recuerdos. Comienzan las notas, y sus cerebros rememoran, e
imaginan todo lo que pudo ser y no fue, mientras el director nos lo muestra a
nosotros en el nostálgico formato del vídeo de ocho milímetros… Termina la
canción, y ella se va, no sin antes lanzar una última mirada hacia el
escenario, donde él la mira, los dos asienten, y los dos sonríen. Los dos han
alcanzado sus sueños... pero los dos se
van cada uno por su lado.
¿Por qué no te fuiste
con ella a París, Sebastian? ¿Por montar un club de jazz? ¿Vale más un club de
jazz que esa vida en conjunto que vimos, que vivimos, en el maravilloso vídeo
del posible Universo paralelo en formato de ocho milímetros?
Esa sonrisa común al
terminar, en la despedida, deja el final abierto para que cada espectador
piense lo que quiera. Pero el discurrir
de la película parece querer decirnos, que ese amor tan bonito y tan musical
que vimos, era un escollo para que los dos por separado consiguiesen lo que
tenían planificado. Por ese amor, él se deja llevar por la urgencia del
dinero, y ficha por una banda que le proporciona ingresos pero que lo deja
vacío por dentro, que lo encasilla en la madurez y la responsabilidad, y le hace perder la esencia de su
personalidad. Por ese amor, ella tiene que soportar que él se disuelva
interiormente, que ya no sea ese músico apasionado que le hizo amar lo que antes ni entendía, y por eso pierde la
energía que necesitaba para su propia carrera de artista.
Cuando rompen después
del "te querré siempre", se
liberan del amor, del obstáculo. Se
separan, y finalmente logran materializar esas ambiciones que bullían en su
fuero interno…
Ante este planteamiento,
parece claro que el director nos está diciendo que, para conseguir tus sueños, tienes que sacrificar muchas cosas,
algunas de ellas muy valiosas. Pero sinceramente,
lo que visualizamos en el vídeo de esa vida que pudo ser y no fue, vale millones de veces más que una portada
de revista, y por supuesto, que el más perfecto y soñado club de jazz. Sin
dudarlo ni un segundo, yo escogería el amor Sebastian. Yo me iría a París, aunque fuese a tocar el resto de mi vida en un
cuchitril.
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