lunes, 22 de enero de 2018

Inside out (Del revés): evitar la tristeza es lo que nos hace tristes




Una de las enseñanzas clave de la filosofía budista se centra en el reconocimiento y la expresión de las emociones que nos embargan, en que es imposible que todo sea perfecto para todo el mundo, que la vida tiene momentos maravillosos pero también momentos duros, y que hay que experimentarlos y aceptarlos, porque ellos también forman parte del proceso vital. La huida hacia delante, o la simple negación u ocultamiento bajo capas de pintura de estas emociones es precisamente lo que acaba volviéndonos tristes.

La película de Pixar "Inside-out" (Pete Docter y Ronnie del Carmen, 2015) es una obra maestra. No solo por explicar de manera tan sencilla y perfecta el funcionamiento de algo tan complejo como el cerebro humano, y de paso, meterle la dosis de emoción y melancolía necesaria para que nos conmueva, si no porque además, nos manda un mensaje de psicología avanzada, no ya para los niños, que también, si no para los padres. Yo pertenezco a una generación de niños –sobre todo varones- a los que se les decía “los hombres no lloran”, o “llorar es de niñas”, o “no te quejes, tienes que ser un hombre”. Y después, de adolescente o adulto, con que tuvieras algún altibajo emocional, lo que era la norma establecida era irse de borrachera con los colegas para “olvidar”. El caso era festejar, hacer siempre lo posible para “pasarlo bien” y “estar feliz”, pero nunca, nunca, nunca, bajo ningún concepto, expresar y compartir tus sentimientos. Los malos momentos no había que experimentarlos, había que enterrarlos, ocultarlos, bien fuera bajo litros de alcohol o bajo toneladas de bromas y chascarrillos. Como si estar triste fuera un impedimento para el correcto avance de la vida. Nada más alejado de la realidad.

La muerte forma parte de la vida, y cuando alguien muere, no hay que estar contento al día siguiente. Cuando una relación se rompe, no hace falta estar lleno de energía y optimismo al minuto de que nos hayan dejado. La vida tiene su ritmo, y para que las emociones se desliguen de los recuerdos, necesitan un tiempo. Es fisiología pura y dura. Si dejamos que ese tiempo pase de manera correcta, expresando esas emociones y esos recuerdos emotivos cuando aparezcan en nuestro cerebro, poco a poco, a base de repetir, de contar, de hablar, de reflexionar, en definitiva, de compartir esos sentimientos, la emoción ligada a ese recuerdo se irá desvaneciendo poco a poco, su unión se irá debilitando. Por supuesto, en algunos casos muy significativos, siempre habrá algún resquicio de emoción negativa asociada a ese recuerdo, pero como ya lo sabremos, no nos pillará por sorpresa, y aceptaremos su presencia, con viviremos con ella como una parte más de nuestra vida. Entenderemos que la vida tiene infinidad de momentos, y que es totalmente imposible que todos sean buenos, alegres y felices, una vida así sería mentira, sería de plástico, no existe. Y además, si así estuviésemos acostumbrados, una simple rotura de una uña sería una tragedia para nosotros. No es real, estaríamos viviendo en una –frágil- burbuja de cristal. Cuando antes entendamos eso, más felices seremos. Emborracharse para olvidar, no dejar llorar al niño cuando está triste, no manifestar delante de los demás que lo estamos pasando mal e impostar siempre una felicidad inexistente, lo que hace, es que las emociones negativas permanezcan unidas a los recuerdos con toda su fuerza, y cuando estos, consciente o inconscientemente tomen el control de nuestro cerebro, lo harán con esas emociones asociadas, lo que desembocará en un ánimo negativo o lo que es peor, en algún tipo de trastorno emocional.

La película de Pixar nos muestra todo esto y más. Porque además nos enseña como las vivencias que vamos teniendo en nuestra vida conforman nuestra personalidad, como se almacenan los recuerdos, como se olvidan, como al “hacernos mayores” tenemos que dejar atrás, para siempre, partes importantes de nuestra identidad de niños pequeños –aunque sería mucho mejor para todos que al menos conserváramos alguna-, como se toman decisiones erróneas, como si la ira toma el control de nuestro cerebro no se puede pensar con claridad, como “el saber” sí ocupa lugar, como los hechos y las opiniones a veces se confunden, como discurre el pensamiento, como el almacén de recuerdos es en parte como un gran cuarto desordenado, como se forman los sueños, o lo fácil que se escapan los miedos del inconsciente. Pero sobre todo, como dije al principio, muestra –nos muestra- que en la vida no todo tiene que ser alegría, que los momentos tristes también forman parte de nosotros, que la tristeza no se puede encerrar en un círculo para evitar que participe en la vida real, porque tarde o temprano lo hará, que no se pueden ignorar... al contrario, esos momentos hay que vivirlos, compartirlos y experimentarlos, y así, aunque en principio parezca ser un camino más largo, tortuoso y sufrido, se consiga alcanzar una felicidad verdadera, afianzada sobre unos cimientos sólidos y consistentes, que nos harán ser capaces de resistir cualquier eventualidad que se nos presente en ese largo camino que es el discurrir vital.



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