Los empleítos de circunstancias, para su mal, lo tenían abducido.
Mirando absorto cómo el escaparate de sus preocupaciones permanecía vacío, sin un puto zapato, maniquí ni cartelito de precios, a pared en bolas y con la luz de la tarde lamiendo lánguida la tela del forro del expositor desocupado.
Las toallitas húmedas a base de alcohol para el aseo fecal eran para ellos imprescindibles. No en balde, cada vez más, en un proceso simple de adicción proveído por el empapado etílico del orto y la inevitable alcoholización (por vía anal, la más innoble de las posibles) del usuario.
El domingo por la tarde, a eso de las seis, se volvían a sus casas, con expresión de haber quedado transidos de naturaleza e imbuidos de experiencia agreste. Como quien se va de putas y vuelve creyéndose un conquistador.
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