American Beauty (American Beauty. Sam Mendes, 1999. EEUU) es, ante todo, un profundo y desgarrador drama; y esto tan sólo por presentarnos de una manera clara y sin filtros embaucadores, nuestra actual realidad social. Por mostrarnos como nos va la vida, y como nos irá en un futuro inminente. (El futuro que ya es ahora, y que se confirma que no va bien.)
La película de un primerizo, aunque ahora consagrado, Sam Mendes, nos muestra tristemente que ser feliz en esta tan bonita y moderna sociedad actual -entendiendo felicidad el bienestar psicológico y la estabilidad emocional, la auténtica y pura realización de la esencia del ser humano, la entera libertad, la entera satisfacción de tus sueños, y la entera separación de las corruptas necesidades creadas por el capitalismo- es imposible. Y es imposible porque no podemos estar VIVOS y estar al margen de todo esto.
Podemos darnos cuenta, podemos saberlo y aborrecerlo, pero tarde o temprano, seremos absorbidos por el sistema, caeremos otra vez en la trampa de esta sociedad del consumismo y del "parecer y tener antes que el ser", y volveremos a ser los modernos y eternos esclavos que somos.
Según la obra de Mendes, la única solución que poseemos es que, una vez conseguida la felicidad, una vez desconectado el sistema, una vez que te has parado a pensar y a contemplar lo bonito del paisaje, lo bonito de estar vivo y lo bonito de vivir; y lo hayas entendido e integrado todo perfectamente, simplemente te vayas, metafórica o físicamente, siendo la muerte la más radical de las partidas, que es la que se nos muestra en la película como la salida que encuentra su protagonista. La muerte como redención, la muerte como única solución, la muerte como culminación de la felicidad. (¡!)
Lo curioso es que, por paradójico y estúpido que esto pueda parecer, es la pura y pulcra verdad. La potencia succionadora de esta sociedad alienante es infinitamente fuerte e inevitable. Capaz de destrozar el más sólido de los cerebros de pensamiento independiente.
Cuando aún no has entrado en el juego, como el joven protagonista de la historia, que a la postre es el único personaje realmente vivo de la película, puedes resistirte a caer. De esta manera lograrás divisar el hermoso mundo que hay detrás de la inmensa cortina de humo, lograr creer en el amor como motor de la humanidad, y fascinarte ante cada minuto de esta vida. (No por casualidad lo muestra Mendes visionando la realidad a través de una cámara pantalla-, como un outsider, fuera del mundo, siendo espectador, no partícipe.)
Pero lo verdaderamente deprimente es que sentimos la certeza de que, incluso este poderoso personaje, acabará cayendo tarde o temprano en las redes del inflamado y engañosamente coloreado barco de la sociedad del consumo.
Incluso este visionario de nuestro tiempo, este súperhombre de Nietzsche en el que cada persona que ha visto el film ha depositado todas sus esperanzas, acabará corrompido por el juego, acabará derrotado y enfermo, acabará siendo un pobre engranaje más de la gran máquina. Cuando las fuerzas le flaqueen, cuando le agoten la gasolina de la vida, cuando lo empujen y arrinconen hacia los malos tiempos, ahí estará el incansable cazador, ofreciéndole los suculentos y plastificados manjares del capitalismo para que se le atrofien y droguen y seden y sangren los sentidos. Para que no pueda ver más, para que se le seque la capacidad de amar, la costumbre de soñar.
Sólo en un mundo egoísta, desalmado y animalizado como el nuestro -¿un mundo feliz? - se puede producir esta horrible paradoja de que la única manera de estar vivo, es morir.
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