martes, 17 de enero de 2017

Momo (Michael Ende, 1973)






-       Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. Simplemente porque estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía.
-       Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Sólo hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada más que en el siguiente.
-       El propósito de ahorrar tiempo de ahora en adelante, para poder empezar otra clase de vida en algún momento del futuro, se había clavado en su alma como un anzuelo.
-       Cada vez se volvía más nervioso e intranquilo, porque ocurría una cosa curiosa: de todo el tiempo que ahorraba no le quedaba nunca nada. Desaparecía de modo misterioso y ya no estaba.
-       El mensaje era que los ahorradores de tiempo viven mejor.
-       Diariamente se explicaba por radio y tv las ventajas de nuevos inventos que ahorraban tiempo, que, un día, regalarían a los hombres la libertad para la vida.
-       Es cierto que los ahorradores de tiempo iban mejor vestidos que los que vivían cerca del viejo anfiteatro. Ganaban más dinero y podían gastar más. Pero también tenían caras desagradables, cansadas o amargadas y ojos antipáticos.
-       El soñar se consideraba entre ellos casi un crimen. Pero lo que más les costaba soportar era el silencio. Porque en el silencio les sobrevenía el miedo, porque intuían lo que en realidad estaba ocurriendo con su vida.
-       Nadie se daba cuenta de que al ahorrar tiempo, en realidad ahorraba otra cosa. Nadie quería darse cuenta de que su vida se volvía cada vez más pobre, más monótona y más fría.
-       Eso no son casas, son almacenes de gente.
-       -Es que a ti no te quiere nadie? -preguntó Momo con un susurro al hombre gris…
-       Esa niñita depende de sus amigos. Le gusta regalar su tiempo a los demás. Pero pensemos, por un momento, ¿qué ocurriría si ya no hubiera nadie con quien pudiera compartir su tiempo?
-       Si los hombres supieran lo que es la muerte ya no le tendrían miedo. Y si ya no le tuvieran miedo, nadie podría robarles, nunca más, el tiempo de su vida. (Meterles el miedo a la muerte es una táctica perfecta para poderles robar el tiempo.) Yo se lo digo con cada hora que les adjudico, pero creo que no quieren escucharlo. Prefieren creer a aquellos que les dan miedo.
-       Apareció un gran artículo sobre Gigi “el último narrador auténtico”.
-       Lo único que todavía sabían hacer era meter ruido, pero ya no era un ruido alegre, sino uno enfadado e iracundo.
-       No se les puede hacer ningún reproche a los padres, porque la vida moderna no les deja tiempo para cuidar suficientemente de sus hijos.
-       Estás sola querida niña. Ya no hay nadie con quien puedas compartir tu tiempo. Todo eso lo planeamos nosotros. Ya ves lo poderoso que somos. No vale la pena resistirse a nosotros. Estás segregada de todos los demás hombres. Esas horas de soledad te aplastarán.
-       De repente ya no tenían ninguna prisa, y no podía explicarse por qué se sentían tan consolados y llenos de esperanza.
-       En la gran ciudad se veía lo que hacía tiempo que ya no se había visto: los niños jugaban en el medio de la calle.
-       Los trabajadores tenían tiempo para trabajar con tranquilidad y amor por su trabajo, porque ya no importaba hacer el mayor número de cosas en el menor tiempo posible para ganar más dinero. Todos podían dedicar a cualquier cosa todo el tiempo que necesitaban o querían, porque volvía a haberlo en cantidad.
-       Habrá sido por el frío de los hombres grises, dijo el maestro hora a Casiopea…

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